jueves, 2 de agosto de 2012

La crisis y la izquierda en Europa: una asignatura pendiente


En los meses inmediatamente posteriores a la caída de Lehmann Brothers, inicio de la crisis que todavía vivimos,  y a la sucesión de operaciones de salvamento de bancos afectados por activos tóxicos derivados de la burbuja en Estados Unidos y Gran Bretaña (más de 700.000 millones de dólares se dedicaron en Estados Unidos), se fueron sucediendo las declaraciones de representantes políticos, economistas, sociólogos y otros expertos sobre los grandes errores que se habían cometido en la década precedente. Se trataba,  decían , de una crisis sistémica y era la más profunda de las vividas desde el crack del 29. Había un abrumador consenso respecto al diagnóstico: los grandes errores se debían, sobre todo, a la desregulación de los mercados financieros iniciada en los ochenta bajo el impulso del doble liderazgo Reagan-Tatcher  que fue desactivando la Ley Glass-Steagall (promulgada por Roosevelt en 1933, tras el crack del 29 para acabar con los excesos y abusos de la banca privada) hasta que fue derogada por Clinton en 1999, a la rapiña sin límite de los especuladores y al crecimiento de una burbuja inmobiliaria que había deteriorado de manera considerable las cuentas de resultados de algunos grandes bancos y convertido lo que eran sólidos valores inmobiliarios (vivienda y suelo) en auténticos agujeros.

En aquel momento, nadie, o muy pocos, hablaba de supuestos excesos en el desarrollo del Estado del Bienestar, de supuestas rigideces en la legislación laboral de determinados países, de la responsabilidad de los sistemas de protección social y de garantía de la igualdad de oportunidades en la aparición de la crisis: estaba clarísima la responsabilidad. Hasta tal punto era así que una parte de sus muñidores comparecieron ante el Congreso de los Estados Unidos y fueron vapuleados por los congresistas, que alguno acabó en prisión y que el descrédito se hizo extensivo a buena parte de los altos directivos de las más poderosas compañías financieras. El mundo parecía tener localizado el origen del tumor y se aprestaba a aplicar el tratamiento.

Desde la izquierda (y desde buena parte de la derecha reformista, incluso liberal si se me apura) se pusieron sobre la mesa algunas de las grandes soluciones estructurales que habrían de dar, en el futuro, estabilidad al sistema y acabarían saneándolo financiera y éticamente: nueva regulación, mucho más estricta, de la actuación del capital financiero potenciando la vigilancia de los estados y la creación de organismos reguladores (la economía al servicio de la sociedad y no de poderosos grupos económicos al margen de todo control democrático); preminencia del poder político, derivado de la soberanía popular, sobre un poder económico sólo atento a la lógica del beneficio puro y duro; establecimiento de una tasa o gravamen sobre las transacciones financieras que dotara al sistema de recursos suficientes para hacer frente a situaciones de insolvencia o procesos de inestabilidad; marcaje mucho más estricto, por los poderes públicos, de las agencias de calificación de riesgo (que coadyuvaron a la burbuja y en vísperas del desastre estaban calificando de manera positiva a entidades financieras que se desplomarían de la noche a la mañana); erradicación de los paraísos fiscales y un largo etcétera que se podría sintetizar, paradojas de la vida, en la apelación de Sarkozy a la necesaria refundación del capitalismo sobre nuevas bases.

En Europa, los ejes de recuperación de la iniciativa pública frente a una crisis financiera que llegaba de Estados Unidos pero que adquiría una especificidad pavorosa en Islandia, Irlanda, Grecia y Portugal, pasaban por el reforzamiento de la unidad política, por el avance firme hacia uno de los objetivos derivados de la moneda única, es decir, la unidad fiscal, por dotar de nuevas capacidades y competencias, similares a las de la Reserva Federal de Estados Unidos, al Banco Central Europeo, por el establecimiento de una tasa que gravara las transacciones financieras, por una renegociación de los plazos  del cumplimiento de los objetivos de déficit, por la creación de los eurobonos y, con carácter global, por una mayor regulación del sistema financiero en el marco de la economía global y, como iniciativa específica europea frente a los movimientos especulativos de las agencias de rating, creación de una agencia pública, de titularidad europea, de calificación de riesgos. Esas iniciativas se acompañaban del diseño de políticas de inversión que impulsaran el crecimiento y, como consecuencia de ello, el empleo. Keynes asomaba de nuevo en el horizonte y la visión de la economía como un instrumento al servicio de la calidad de vida y del bienestar colectivo parecían objetivos irrenunciables en la salida de la crisis. Entonces (años 2008 y 2009) se hablaba muy poco de recortes, muy poco de los “excesos” del Estado del Bienestar y mucho de los excesos derivados de los aprendices de brujo curtidos en las teorías de la Escuela de Chicago.

Sin embargo, lentamente y de una manera poco clara, esa perspectiva estratégica se ha ido modificando orientándose, casi en exclusiva, hacia la cobertura de los agujeros que en algunos grandes bancos, directa o indirectamente, dejó la irresponsable gestión que condujo a la burbuja (tanto en los países periféricos como en la propia Alemania). De la mano de la canciller alemana, del Bundesbank y de las fuerzas conservadoras europeas, comenzando por el Partido Popular Europeo, desembocamos, en el primer semestre de 2010, en una situación en la que los llamados mercados, que se batían en retirada desde la caída de Lehmann Brothers, toman la iniciativa, comienzan a presionar  sobre la deuda soberana de los países periféricos de la Unión Europea y a establecer de manera contundente sus condiciones: no se trataba de velar por el bienestar colectivo de países como Irlanda, Grecia o Portugal, sino de aplicar un tratamiento de electroshock del que se salvaran los grandes causantes de la crisis (banqueros, dirigentes políticos irreponsables), a los que había que inyectar ingentes cantidades de dinero,  mientras los pueblos eran considerados “culpables” por gastar mucho y eran condenados a ser víctimas propiciatorias de una política de recorte del gasto público destinada  a reducir el déficit, pero con consecuencias pavorosas: empobrecimiento de la población, precarización del empleo, retroceso hacia el siglo XIX en las relaciones laborales, recortes brutales en sanidad, educación, protección social…  Esa actuación (frente a la opinión de economistas más que reputados como los premios Nóbel  Krugmann y Stiglitz) se convierte en verdad indiscutible y en principio a aplicar incluso en países con gobiernos socialistas y socialdemócratas (España, mayo de 2010). Los intereses de los mercados enlazan con la ideología ultraliberal y ésta se traduce en actuación política a través de los organismos europeos.  Dicho en otras palabras, se trataba de cubrir, con recursos de todos, el agujero generado por unos pocos: transferir dinero público, del bolsillo de todos, a bolsillos privados.


En ese proceso, el discurso de los hechos ha estado en manos de la derecha. Las políticas que se han aplicado de manera inmediata, con urgencia inexplicable, han sido las políticas contrarias a los intereses colectivos, las políticas de empobrecimiento, de destrucción de empleo, de recorte drástico de los niveles de protección social, de recorte de derechos laborales. Sin embargo, las políticas que podían aportar horizontes menos dolorosos y soluciones tendentes a la regulación del sistema y a la prevalencia del poder político sobre los mercados (desde la tasa por transacciones financieras hasta lo eurobonos) se han ido retrasando, perdiéndose en los diversos catálogos de medidas que han venido anunciando el FMI, el G 20, el Eurogrupo…  Celeridad en segar la calidad de vida de los ciudadanos: se decide recortar y al día siguiente está servido el decreto-ley; lentitud exasperante en controlar el poder de los causantes de la crisis y en adoptar medidas para que los más poderosos aporten su esfuerzo y sus recursos a la salida de la crisis: todo se aplaza, se referencia a un futuro impreciso, cuando no desaparece de la agenda y, premeditadamente, se olvida (¿quién habla ya de regulación estricta, desde el sector público, de los mercados financieros?, ¿qué ha sido de los eurobonos? ¿y de la agencia europea de calificación de rating?, por ejemplo).

Ante esa tesitura, el discurso de la socialdemocracia ha sido dubitativo, de cierta perplejidad y contradictorio: unas veces se ha confundido con el de la derecha (en Grecia es indiferenciable); otras se ha vestido con los ropajes de la inevitabilidad de los recortes (la llamada receta única, Almunia dixit, o la corresponsabilidad con Monti del Partido Democrático Italiano), lo que ha llevado a que casi siempre el protagonismo de la contestación, o el diseño de una propuesta alternativa haya recaído en los sindicatos, en las más diversas  organizaciones sociales, en colectivos de economistas vinculados a universidades y a fundaciones progresistas, en movimientos anti o al margen del sistema y en partidos minoritarios (que la crisis puede convertir en mayoritarios: ahí está  Syriza).  En definitiva, el Partido de los Socialistas Europeos ha mostrado una posición tibia, poco contundente, cruzada por algunas contradicciones entre las que no es menor la duda permanente  del SPD respecto a las políticas europeas, y con una posición de fondo convertida en tótem (el llamado Pacto de Estabilidad) que sacraliza la lucha contra el déficit y deja en segundo plano los objetivos de crecimiento y la búsqueda de un nuevo modelo de desarrollo en el que los mercados no determinen las políticas por encima de los gobiernos y en el que se destaque la importancia estructural de la Europa social que se diseñara en Maastrich con el impulso de Jacques Delors.

Cierto que los dos primeros meses de gobierno de Hollande han abierto nuevas y esperanzadoras perspectivas para las fuerzas progresistas. Pero parece  imprescindible, yo diría que urgente, una reflexión de conjunto de todo el socialismo y el progresismo europeo para revalorizar el discurso socialdemócrata, para recuperar la iniciativa político-ideológica, para hacer bandera de las grandes conquistas sociales que han caracterizado a Europa como un espacio de democracia política, económica y social de referencia global. Las elecciones presidenciales y legislativas de Francia han abierto grandes esperanzas a una mayoría social que en el conjunto de la Unión Europea está viendo cómo las políticas de recorte llevan a más paro, a más pobreza, a más desprotección y, sobre todo, a una regresión hacia una Europa en la que el derecho al Estado del Bienestar era patrimonio de los ciudadanos de los países del norte: es decir, como en los años 70, antes de Maastrich y de la nueva Unión.  ¿Para cuándo un encuentro o simposio de socialistas y progresistas de Europa en el que se diseñe una alternativa democrática y avanzada para la Unión que sirva de referencia y de esperanza a millones de ciudadanos del Viejo Continente y, más allá, del mundo globalizado? ¿Aprovechará el PSOE su Conferencia Política del próximo otoño para afrontar sin complejos ese desafío? Dos incógnitas, no pequeñas, que,  mi juicio, deberían despejarse de manera positiva en el futuro inmediato.

jueves, 5 de julio de 2012

Tomás Gómez y la teoría del "boxeador desorientado"

El pasado 20 de junio, el secretario general del PSM firmó, en el diario Expansión, un artículo titulado "Se acabó la herencia recibida" cuyo eco en algún medio digital de la derecha cobró la forma de un rapapolvo a Rubalcaba por su política de invitación al Pacto de Estado para salir de la crisis (el títular era ilustrativo "Gómez arremete contra Rubalcaba y lo compara con un “boxeador desorientado”"). Posteriormente, en un desayuno de TVE, vino a dejar, con pretendida sutileza (digo pretendida porque la sutileza no apareció por ningún lado), una idea en el aire: el PSOE no tiene credibilidad y no la tiene porque no la tiene su lider. Más o menos. Pude leer, al día siguiente, un lúcido artículo de Rafael Simancas en el diario digital Nueva Tribuna y advertir, con estupor, el silencio de la totalidad de los líderes regionales, en Madrid municipio y en la Asamblea de Madrid, ante las afirmaciones de Gómez. Ese silencio puede ser cautela mal entendida (la libertad de expresión es básica en un partido y si con ella se puede desmontar una error político e intelectual, más básica aún), pero también puede revelar  comodidad, miedo a opinar o, peor aún, desgana política.

¿Cuál es el planteamiento de fondo del artículo de Gómez? Pues que el PSOE, en su política de oposición, no debe proponer Pacto de Estado alguno para salir de la crisis y debe orientarse a elaborar ("armar", escribe) un modelo alternativo, "un nuevo pacto con las capas medias y el capital productivo frente al capital financiero". La verdad es que da pereza entrar en este debate cuya raíz está en las posiciones extremas que los más maduros (no diré viejos) del lugar recordamos de la polémica sobre los pactos de la Moncloa, esenciales en la construcción de la democracia, que vivimos en España a finales de los años setenta y primeros ochenta.

Ante la crisis más dura y dramática que están viviendo España y Europa en el último medio siglo, un partido de izquierdas como el PSOE, que ha gobernado y que aspira a gobernar de nuevo tiene, como obligación moral y como obligación ante los ciudadanos, que proponer un gran Pacto de Estado para salir de esa crisis, algo que, además, es un necesidad objetiva de la sociedad. Hablo de  un pacto que no sólo comprometa e implique a gobierno y oposición, sino también a otras fuerzas políticas, a sindicatos, a empresarios, a las más diversas organizaciones sociales, a las comunidades autónomas. Esté en el gobierno o esté en la oposición. Del mismo modo que en cada Comunidad ha de proponer Pactos por el Empleo y contra la crisis que comprometan a los mismos protagonistas en el nivel autonómico. Eso es lo que espera de ese partido la sociedad. Es más: ese mensaje es un instrumento esencial para ganar espacio político y electoral, para cargarse de razón ante los ciudadanos y trabajadores, para aparecer ante la sociedd como un partido útil, responsable, con sentido de Estado y con claridad política.


Julio Caro Baroja. Madrid


Otra cosa es el contenido y la naturaleza de ese Pacto: obviamente, para los socialistas habría de descansar en la defensa de las políticas del bienestar, en la creación de empleo, con planes especíalmente dirigidos a los jóvenes, en el apoyo a la inversión en innovación, en la inversión pública en infraestructuras, en una política tributaria que cargara, ante todo, sobre las rentas más altas y sobre las grandes fortunas y en una política europea basada, en lo esencial, en el reforzamiento de la unidad política y fiscal y en el abanico de medidas que socialistas franceses y alemanes (menos éstos que aquellos) han venido planteando en las últimas semanas, desde la atribución de nuevas competencias al Banco Central Europeo hasta la creación de eurobonos, pasando por el destino de grandes recursos a una política inversora que incentive el crecimiento. Ése sería, desde un punto de vista progresista, del PSOE, el Pacto de Estado ideal. Los contenidos que le daría la derecha están claros: recorte, recorte y recorte en la dirección del desmantelamiento del Estado del Bienestar.

Es obvio que de no contener una parte importante de las políticas citadas, no podría haber Pacto. De hecho, no lo habrá porque el PP opta, sin más, por el "amén" a las políticas restrictivas: ésa es su concepción del Pacto. Por eso, las preguntas que Gómez se hace en su artículo son mera  retórica porque sólo tienen una una respuesta: "¿Es posible un Pacto de Estado con la determinación del gobierno de destruir el Estado del Bienestar?" "¿Es posible un Pacto de Estado con quienes defienden una reforma financiera que responde exclusivamente a los intereses de quienes nos han llevado a esta crisis?". ROTUNDAMENTE NO. Pero, aun siendo consciente de que ésa es la respuesta, Gómez las formula de tal modo que se convierten en arma arrojadiza contra la posición de Rubalcaba y de la Ejecutiva Federal. Sutilmente se deja entrever (el citado medio de la derecha lo aprovechó en condiciones) que el PSOE sí estaría por ese Pacto de Estado cuando en todos los ámbitos ha quedado claro que es un problema de contenidos y que el pacto, en los términos que el PP pondría sobre la mesa, no es ni será posible. Pero tener esa certeza no significa que políticamente no sea necesario, que el principal partido de la oposición no deba seguir insistiendo en ello ante los ciudadanos al tiempo que defiende sus propias altarnativas en todos los ámbitos. ¿O acaso el PSM debería renunciar a exigir en Madrid un Pacto regional por el empleo y la salida de la crisis que implique a sindicatos y otras fuerzas sociales ante las políticas de recorte de Esperanza Aguirre al tiempo que expone ante los ciudadanos sus alternativas? Otra cosa, sería el contenido del pacto. 

Hemos escuchado al secretario general del PSOE , Alfredo Pérez Rubalcaba, decir, por activa y por pasiva, que si gana las elecciones echará abajo la reforma laboral, que es preciso impulsar políticas de defensa de las conquistas sociales y de incentivación del crecimiento, que el cumplimiento del objetivo de déficit debe aplazarse y que en su logro no pueden tocarse la educación, la sanidad o las políticas de protección social. El apoyo a las propuestas de Hollande ha sido constante (es más, buena parte de las propuestas de Hollande en su campaña fueron las mismas que presentó Rubalcaba en las elecciones del 20-N). Pero Gómez no ha debido leer esos posicionamientos. Y si los ha leído y escuhado, es como si no lo hubiera hecho.

¿Quiere eso decir que la demanda pública de un Pacto de Estado de salida de la crisis está en contradicción con el diseño y la difusión de una propuesta alternativa? En absoluto. Es más: una y otra son propuestas complementarias que tienen, además, una relación dialéctica. El Pacto es una estrategia a corto plazo, coyuntural, para hacer frente a situaciones críticas, la propuesta alternativa es una propuesta estratégica, a medio y largo plazo, que responde a la definición de una modelo de sociedad diferenciado de la derecha.

Por último: sería bueno que el líder madrileño, cuando se le pregunta ante las cámaras de TVE, sobre la credibilidad del PSOE y de su líder, en vez de cuestionarlas (¿por qué lo hace?) mirara hacia el PSM y hacia sí mismo. En Madrid, tenemos la presidenta y la alcaldesa más derechistas del PP, más utltras, más insensibles hacia los derechos sociales de los ciudadanos. Y tenemos, en autonómicas y municipales, la cuota electoral más baja desde que se inició la transición. ¿De qué estamos hablando?

Lamentables los tiempos en que hay que seguir argumentando lo obvio.

miércoles, 9 de mayo de 2012

Las ciudades y la política: algunas reflexiones sobre Madrid

Una de las realidades a las que, desde hace décadas, se enfrenta el PSOE y, en general, la izquierda, es la que constituyen las ciudades. De ser, en la primera década de la transición, centros neurálgicos del progresismo, referencia de las políticas transformadoras (el"vivero" de votos de la derecha estaba en el ámbito rural con excecpción de Andalucía y, en parte, de Extremadura), han pasado a ser bastiones casi inexpugnables del PP. La metáfora más evidente de ese cambio la tenemos en la Comunidad de Madrid, en la que en una década el antaño llamado y mtificado "cinturón rojo" ha quedado reducido a dos o tres municipios aislados: Fuenlabrada, Parla y.. muy poco más. La ciudad de Madrid no ha sido excepción: incluso se ha convertido en paradigma de una derecha sólida, inamovible, a imitar por el conjunto de la derecha del resto del Estado: incluso los apoyos perdidos por el PSOE por su centro han ido a un partido dudosamente progresista como UPyD. El "rompelosas de todas las Españas" al que cantara Machado, o el rompeolas de la democracia de Tierno Galván es hoy la ciudad "martillo de herejes" de la izquierda. No hay más que valorar su mapa electoral para medir con claridad las dimensiones de ese proceso. El PP, a pesar de perder en la capital en las últimas elecciones municipales casi 6 puntos respecto a 2007, supera en casi 2 puntos el doble del porcentaje electoral obtenido por el PSOE, que con un 23,93, presenta un mínimo histórico. Izquierda Unida casi duplica su porcentaje de apoyos de 2007 y UPyD, inexistente en 2007, roza el 8%, con 5 concejales.

Madrid desde Vallecas
Ha pasado un año desde aquel resultado y la gran pregunta que, desde una óptica progresista, de izquierdas, cabe hacerse es la siguiente: ¿ha aprendido el PSOE, la fuerza mayoritaria de la izquierda, la lección? Creo que a la luz de la labor que se está desarrollando en la oposición, no del todo. Probablemente, pese en ello la influencia que en este tiempo ha tenido en Madrid la política nacional, pero, en todo caso, hay algunas variables que conviene considerar, variables que van del grado de desconocimiento ciudadano de las propuestas municipales planteadas por el grupo socialista en el Ayuntamiento hasta la falta de identificación del electorado (y de manera especial de los vecinos de los barrios más proclives a votar socialista) con dos o tres grandes propuestas que conciten una atención continuada y una empatía entre ciudadanía y PSOE en el ámbito de Madrid. La sensación que tiene el ciudadano es que realizamos una labor de oposición pegada a la coyuntura, esencialmente declarativa y parcelada (hoy impuestos, mañana deuda, pasado limpieza y al otro contaminación, etc..), pero que  no se traduce en una propuesta alternativa de ciudad, propuesta que apuntaba, con rasgos muy definidos (una ciudad a la medida del hombre, sustentada en la vitalidad de barrios y distritos) en el programa electoral y que es imprescindible fijar en la conciencia colectiva de la ciudadanía madrileña para que se aparezca, de cara a 2015, como una necesidad objetiva, derivada del trabajo continuado de los socialistas en la Casa de la Villa y en los barrios  y no como una suma de ocurrencias de última hora .

Viene esto a propósito de la noticia que el pasado 8 de mayo publicó el diario El País respecto al crecimiento urbanístico de la ciudad en los últimos años. Se trata, en lo esencial de una "autocrítica" que descansa, en sus lineas fundamentales en tres principios: el plan de 1997 estaba sobredimensionado, era un plan acorde con la política del ladrillo que llevó a la burbuja inmibiliaria; definía un modelo de ciudad colmatada, sin apenas espacios para otras actividades que no fueran la residencial; estaba pensado no para potenciar de firme el transporte público sino para "desincentivar el transporte privado", lo que conllevaba una política de túneles y otros pasos dirigidos a facilitar el acceso del coche a la ciudad; apenas había espacios para el desarrollo económico, para la industria y para las pequeñas empresas; la convivencia y el bienestar colectivo a través de los equipamientos sociales ocupaban un segundo o tercer plano. Todo se fiaba al desarrollismo financiero (Madrid, "ciudad de negocios") y al crecimiento hasta el límite del suelo residencial. Es decir, la política no orientaba, guiaba, dirigía los procesos económicos, sino que se sometía a ellos.


El Plan se diseñó en años de euforia, de mitificación del crecimiento (todos recordamos cómo la derecha descalificaba el "plan Mangada", elaborado bajo el gobierno de Tierno Galván, y las directrices de ordenación del territorio de la Comunidad de Madrid diseñadas en los años de la presidencia de  Leguina, porque "limitaban" el desarrollo de Madrid). De esa política rendida al desarrollismo ilimitado hemos pasado al crash: miles de hectáreas de suelo declarado urbanizable residencial sin posibilidad de desarrollo, miles de viviendas vacías y numerosos bloques y urbanizaciones inacabadas en barrios sin perspectivas de ser terminados, inexistencia de espacio para la actividad económica, carencia de los aparcamientos disuasorios junto a los grandes intercambiadores del transporte que desde finales de los 80 se vienen demandando: es decir, la ciudad de la derecha, afianzada bajo el mandato de Ruiz-Gallardón, incluso potenciada por su visión megalomaníaca del desarrollo urbano. Y así nos ha lucido el pelo.

Para los socialistas, es necesario reforzar la dimensión política de la mirada sobre la ciudad de Madrid, huyendo de la pura visión tecnocrática. Una mirada que transmita a la ciudadanía ambición y perspectiva a compartir. A mi juicio, el proceso de elaboración del nuevo Plan General es una oportunidad de oro para  ello. Dado que incluso la crítica hecha pública en el diagnostico del propio Ayuntamiento confirma gran parte de los análisis elaborados por el PSOE en su programa, deberíamos ser los socialistas quienes apareciéramos, desde ya y de manera pública, definiendo los ejes por los que, desde una óptica reequilibradora, integrada, sostenible y con capacidad para generar empleo, debería ir ese plan. Un trabajo que requeriría comprometer no sólo la labor de los cargos públicos, sino la complicidad y la implicación de los secotres profesionales vinculados con el urbanismo. Arquitectos, sociólogos, economistas y representantes de entidades ciudadanas y culturales (no sólo los que ya cuentan con una larga experiencia de colaboración, sino los de las nuevas promociones, cuya implicación en un nuevo modelo de ciudad seria incluso una necesidad para su futuro profesional una vez dinamitada la burbuja inmobiliaria).  Esa iniciativa elevaría sustancialmente la calidad de la presencia municipal socialista en la ciudad de Madrid, tendría efectos en el Área Metropolitana (con la que habría que contar en el diseño del nuevo Plan) y sería un referente para otras grandes ciudades hoy hegemonizadas políticamente por la derecha. Y, sobre todo, reforzaría  la dimensión política de la actuación socialista en la ciudad de Madrid. Es decir: vuelto alto y política con mayúsculas.

domingo, 15 de abril de 2012

Reflexión, con todos los respetos, sobre una sentencia: el "caso" Trinidad Rollán

“Me vais a permitir que exprese mi eterna gratitud a alguien víctima de un sistema judicial que hay que cambiar desde abajo. Muchas gracias Trini”. Así se expresó Tomás Gómez en su discurso ante plenario del último Congreso del PSM. Se refería a la sentencia que adoptó, hace algo más de un año (en enero de 2011) el Tribunal Superior de Justicia de Madrid, que condenó a Trinidad Rollán por prevaricación y que la impedía acceder a la nueva Ejecutiva de acuerdo con los Estatutos aprobados por el Congreso Federal. Hace sólo unos días, el Tribunal Supremo (que forma parte del mismo sistema judicial que el TSJM) echó abajo aquella sentencia y estableció, judicialmente, la inocencia de Rollán. Si aplicamos esos hechos a las afirmaciones de Gómez,  quedaría la gran pregunta en el aire: ¿el sistema judicial hay que cambiarlo desde abajo cuando una instancia falla en contra de nuestros intereses y mantenerlo cuando falla a favor? ¿Es bueno cuando nos favorece y malo cuando nos condena? ¿En qué quedamos? El sistema judicial es el que es. El que se deriva de la Constitución, lleno de grandes defectos y de grandes virtudes, al que hay que criticar cuando se equivoca y elogiar cuando acierta pero cuyos fallos hay que acatar siempre. Esas son las reglas del juego democrático. Nos gusten o  nos disgusten.

Pero volvamos al caso: dada la naturaleza de los hechos, sin lucro de nadie, sin lesionar derechos y a la luz del desarrollo de una operación urbanística, en Torrejón, de la que se beneficiaron un buen número de vecinos con el acceso a viviendas sociales, nunca pensé que las acusaciones originales y el proceso judicial subsiguiente fuera comparable con otros casos protagonizados por ediles o cargos públicos de la derecha. La buena voluntad era evidente. Podía haber errores administrativos pero no un delito. Menos aún de prevaricación. Pero eso no quiere decir que a lo largo de este año se haya actuado de manera políticamente justa y con coherencia desde el máximo órgano de dirección de Madrid.


Quiero decir que el proceso judicial, que afortunadamente se ha saldado de manera favorable para Trinidad Rollán (y para el PSM) vino acompañado de una actuación política errática por parte de la Comisión Ejecutiva regional y de su secretario general. En otras palabras: una cosa no puede difuminar o enterrar la otra y no parece de lo más oportuno utilizar la sentencia como elemento de descalificación hacia todos aquellos que, dentro y fuera del PSM, pensamos, desde el mismo momento en que se hizo pública la sentencia del TSJM en enero de 2011, que los socialistas debíamos actuar, de manera firme, sin duda alguna, separando de los órganos de dirección a quien ha sido condenado por los tribunales. Ése es un principio irrenunciable. Si somos defensores del mismo en todos los casos, afecten al partido que afecten, no podemos establecer la excepción de puertas para adentro: incluso considerando injusta (o radicalmente injusta), como era el caso, la resolución de los tribunales.  Tal principio obliga a todos los socialistas con independencia de la naturaleza de las decisiones judiciales.

¿Por qué digo que a lo largo de este año no se ha actuado de manera políticamente justa? Me explico:

Desde enero de 2011 ha habido unas elecciones municipales y autonómicas, unas elecciones generales y unas elecciones asturianas y andaluzas. En ese tiempo, en Madrid, la opinión pública (una opinión pública especialmente sensible hacia la izquierda cuando se trata de irregularidades, sean corrupción o no) ha recibido un mensaje nítido: pese a la resolución condenatoria de un tribunal, la Comisión Ejecutiva decidía mantener en su cargo a uno de sus miembros. Contra viento y marea, sin pensar en el efecto que esa decisión podía tener entre los electores, en los apoyos sociales del partido y sin tener en cuenta la instrumentalización diaria que iban hacer de la misma los medios de comunicación: unos de manera abierta como los medios cercanos al PP; otros exponiendo objetivamente la incongruencia del PSM (con su reflejo en la opinión pública a nivel nacional, obviamente). Y no podemos olvidar que si bien la Ejecutiva actúa hacia la militancia, el sujeto destinatario objetivo de sus actuaciones son los ciudadanos, que deben ver ejemplaridad y rigor en su práctica política y que son quienes deciden darnos o quitarnos el apoyo en las urnas..

Manuel Vivo. "Shweppes". 1999
El popular axioma  sobre la honestidad que afirma que no basta con ser honesto, sino que también hay que parecerlo, no se aplicó en ese momento y, por puro sentido común y por honestidad con nuestros principios y declaraciones, debiera haberse aplicado de inmediato. ¿Cuántos de nuestros votantes nos retiraron su confianza pensando que el PSM, no era coherente con los principios que proclamaba?  ¿Cuántos simpatizantes socialistas, o simplemente ciudadanos progresistas pensaron que el partido socialista, con una condena por prevaricación sobre la mesa, mantenía en su cargo directivo a la persona condenada? Descalificar al sistema judicial al mismo tiempo que se mantenía esa actitud política era un despropósito por el que hemos pagado una parte de la factura de las elecciones municipales y autonómicas en Madrid (una parte, subrayo, ya sabemos que el conjunto de la factura fue a cargo del giro del gobierno de España en mayo de 2010: siempre hay algún responsable más allá de nosotros). Lo políticamente coherente y honesto hubiera sido: 1) Que Trinidad Rollán abandonara toda responsabilidad (y no sólo las institucionales); 2) Que el PSM criticara la sentencia y proclamara su total convicción de que era inocente. 3) Recurrir y apoyar a la imputada en el proceso. Sólo se hicieron efectivos el segundo y el tercer punto. El primero, que era el más relevante y decisivo desde el punto de vista político (hacia la sociedad) se transformó en la versión madrileña del "sostenella y no enmendalla" .

Es bueno para todos, pero especialmente para ella y para la organización de Torrejón (y muy malo para Esperanza Aguirre y para el PP), que el Tribunal Supremo haya enmendado la plana al Superior de Madrid y haya restablecido la inocencica de Trinidad Rollán. Me alegro y todos los afiliados deben alegrarse porque la sentencia es buena para el PSM. Su trayectoria política (no me gusta, tal y como ha hecho Gómez, hablar de "carrera", dejemos las carreras para el deporte y para la "vida civil") queda limpia y podrá asumir, si así lo decide el conjunto del partido, nuevas responsabilidades en el futuro.

Ahora bien: utilizar la sentencia como arma arrojadiza contra quienes aún considerándola inocente pensamos que no debía ser miembro de la Ejecutiva hasta que los tribunales declararan esa inocencia no sólo es un despropósito político, sino que es una forma de autoritarismo absolutamente contradictorio con la democracia interna, con la tolerancia y con el respeto al discrepante. Hoy, desde la óptica de la normativa interna del partido, sí puede ocupar cualquier cargo. Entre enero de 2011 y la fecha en que el Supremo dictamina, no. Lo queramos o no lo queramos.

Concluyo: el sistema judicial debe cambiar (tenemos que cambiarlo: el "caso Garzón" ha puesto de relieve sus fallas y sus graves limitaciones), pero también debemos ser coherentes en todo momento. Es decir, ese sistema judicial, que condenó a Trinidad en enero de 2011 es el mismo que la ha declarado inocente en marzo de 2012. En otras palabras: el nuevo fallo no convierte en acierto lo que un año antes fue un error político más que notable. Por tanto, sobran las afirmaciones vehementes y las descalificaciones y falta prudencia. En este caso y en otros. A ello me referiré en próximas entradas.

domingo, 25 de marzo de 2012

El Adolfo Pastor que guardo en la memoria: mi homenaje.

Para Adolfo Pastor. In memoriam. Y para nosotros,
 los de entonces, aunque ya no seamos los mismos.

Ha sido un trallazo. O, como escribiera Miguel Hernández en su memorable "Elegía a Ramón Sijé", "un manotazo duro, un golpe helado". Adolfo Pastor, con quien compartí de manera intensa algunos años de mi vida como militante comunista, ha fallecido. Es verdad que le había perdido la pista en la década de los noventa y que desde entonces sólo sabía de él a través de terceros y siempre de manera vaga. En el fondo, pensaba que, aunque llevara tiempo sin verlo, sin tener noticia de su paradero,  siempre estaba ahí: con su cercanía, con su sonrisa amplísima y franca, con su estatura, que le permitía coger a los amigos por el hombro sin mucho esfuerzo (lo recuerdo muchas veces tomándome por el hombro en tiempos muy difíciles y diciendo "tranquilo, Manolito"). Aunque tres años mayor que yo, éramos coetáneos: Adolfo pertenecía a la generación de los que nacimos y crecimos en plena dictadura y accedimos al amor, a la amistad, a las lecturas, al cine comprometido, a la música de los cantautores, al marxismo y a la lucha política, primero en clandestinidad y luego en democracia, al mismo tiempo que nos hacíamos menos jóvenes, madurábamos y veíamos pasar el mundo desde una lente muy especial: la de quienes siempre pusimos los intereses colectivos, la libertad y la democracia por encima de nuestros intereses. Adolfo pertenecía a la generación de los que apenas tuvimos tiempo de ser jóvenes, de los que hasta el ocio (el cine, la conversación, la lectura, la risa, el amor, el sexo) tenía una lectura política, transformadora, de quienes nunca imaginamos que tanto trabajo colectivo, tanto desprendimiento, tanta verdad, serían descafeinadas a base de realidad y de pragmatismos no siempre justificados.


Adolfo Pastor, en las elecciones municipales de 1983

Corría el año 1981, año del golpe de Tejero y año de la crisis del PCE, y, a causa de la crisis, Adolfo pasó de ser dirigente sindical en CC. OO. a concejal del Ayuntamiento de Madrid formando parte del gobierno PSOE-PCE que presidía el "viejo profesor". Él, que pertenecía a esa estirpe de hombres que renunciaron a su carrera profesional (era ingeniero aeronáutico y en aquellos tiempos ese título aseguraba una brillante y bien remunerada trayectoria) para ponerse al servicio de los trabajadores, dejó las tareas sindicales y, de manera apresurada y entusiasta, se puso a aprender municipalismo. Recuerdo agotadoras tardes, junto a urbanistas y otros expertos del partido, revisando con él nuestras propuestas para el nuevo Plan General de Madrid, o el funcionamiento de las haciendas locales, o el Reglamenteo de Participación Ciudadana que el gobierno municipal de Tierno Galván estaba perfilando (y que es, en lo esencial, el hoy vigente en el Ayuntamiento de Madrid aunque no se cumpla en todos sus extremos). Recuerdo cómo, en 1983, aceptó encabezar la candidatura municipal del PCE, decisión que vino acompañada de sesiones agotadoras de elaboración del programa electoral (municipal y autonómico, por cierto) en las que caían varias docenas de cigarrillos Ducados, que solían cerrarse en algún bar próximo a la sede de Campomanes para continuar debatiendo de política hasta clausurarlas, ya en la madrugada, despidiéndonos junto a la Cuesta de Santo Domingo. Recuerdo su pequeño vehículo, un Seat 127, sus jerséys, casi siempre grises, de cuello a la caja, a veces de lana gruesa. Recuerdo su alergia a la corbata y cómo hubo de superarla para las sesiones fotográficas del cartel electoral. Recuerdo sus jerseys de pico y su corbata azul rayada  en blanco. Y recuerdo, como si hubiera ocurrido hace sólo unos meses, aquella dura campaña electoral del 83 en la que al menos, hubo un aspecto que nos hizo reir muchas veces: el dúo electoral del PCE lo completaba, como cabeza de lista a la Asamblea de Madrid, Lorenzo Hernández. Adolfo, alto y espigado; Lorenzo, de estatura algo menguada (y con un corazón inmenso pese a sus excesos): más de uno hizo el chiste de rigor ("habéis presentado a Abbot y Costello", o "son el punto y la i"). Y recuerdo su sentido del humor, sus comentarios  acerca de sus noches de estudio del urbanismo como "castigo" de su camarada y amigo, el arquitecto Gordiano Sanz (¿estás todavía ahí, Gordiano?), cómo se reía de la soledad a la que lo condenaron, cuando fue teniente de alcalde y concejal de urbanismo por el PCE, algunos de los más brillantes técnicos con que había contado históricamente ese partido.

La crisis fue demoledora. Para el partido, para los trabajadores, para la democracia... y para todos nosotros:  nos dejó heridas que tardaríamos en cerrar y a Adolfo le dejó el mal trago de llevar adelante una brillante labor como concejal sin que pudiera continuarla en un nuevo mandato. ¿La causa? La crisis: Adolfo, mostrando su calidad humana, su desprendimiento y su compromiso con quienes le habíamos acompañado en su aventura municipal (yo lo hice como secretario de política institucional de Madrid), formó parte del colectivo que, expulsado del PCE, fundara el efímero Partido de los Trabajadores de España. Y fue candidato: y, como era previsible, no salió elegido.

Creo recordar que yo fui uno de los culpables de su salto del sindicalismo al municipalismo. También hubo otros "culpables", sin duda, también de los de entonces: Adolfo Piñedo, Simón Sánchez Montero, Lorenzo Hernández,  no pocos militantes de base. Pero por la responsabilidad que yo ostentaba entonces, tuve que trabajar muy cerca de él durante largos años. Y llegué a quererlo como a un hermano. Era el cariño del camarada con quien se viven momentos difíciles, de fortaleza y debilidad (recuerdo sobre todo los días posteriores al 23-F, los permanentes rumores de golpe, recuerdo mi miedo y su serenidad, su optimismo inveterado y amable, su risa, siempre franca y abierta), pero con el que basta intercambiar un par de palabras, o una mirada, para saber que con él compartes sueños, proyectos de sociedad, una visión del mundo, miedos y  decepciones.

Recuerdo tardes de risas compartidas. Recuerdo su burla afable (en el fondo, algo envidiosa, todo hay que decirlo) hacia mi condición de escritor, sobre todo de poeta. Recuerdo cómo se burlaba de lo que llamaba mi "socialdemocratización" por un viaje a la todavía Unión Soviética con quienes serían al poco tiempo grandes amigos y hermanos entrañables: Jaime Lissavetzky y Marcos Sanz, socialistas de la primera hora de la transición y todavía en la brecha. Recuerdo que escribí un romance burlesco, que creo haber perdido entre los viejos papeles de aquel tiempo de certezas e incertidumbres (varios romances escribí entonces con ese tono),  sobre sus "batallas" con los técnicos urbanistas que comenzaba así: "Pastor pastorea técnicos / en la Oficina del Plan". El romance no le sentó bien. Entendió la ironía, no pudo evitar la risa abierta, pero al final emitió, cómo lo recuerdo, un juicio lapidario: "Manolito, eres un cabrón".

Después de que en los noventa, el PTE decidiera incorporarse al PSOE, nuestros contactos se fueron espaciando en el tiempo. Por noticias de amigos, sé que creó una o varias empresas, que los negocios no le fueron bien, que tuvo más de un disgusto en ese ámbito (que tan  poco familiar nos era) de los negocios por el que se sintieron atraídos, con distinta suerte, algunos de los que compartieron luchas, miedos, sueños y utopías en aquel tiempo. Pero esa es otra historia que no conozco y que dejo de lado porque hoy quiero hablar de mis días junto a él.

Se ha ido Adolfo Pastor y con él se me va una parte de mi vida, quizá de mis años más generosos y desprendidos, de los años más generosos y desprendidos de muchos hombres y mujeres que sólo teníamos una razón para sustentar la vida: los otros, la sociedad nueva, un mundo sin explotadores ni explotados que pronto se mostró más difícil y lejano de los que preveíamos y deseábamos. Adolfo era generoso y alegre, bueno a lo machadiano ("Y soy, en el buen sentido / de la palabra, bueno´" escribió el poeta sevillano), inteligente, trabajador hasta el agotamiento, lector impenitente, madridista implacable --"Si Dios existe, es del Comisiones, del PCE y del Real Madrid", decía a veces-- y, sobre todo, leal y transparente como pocos.

En este domingo soleado de marzo, en la ciudad que nos acogió como camaradas y amigos, hay un hueco inmenso. Cierto que es su hueco, el que me deja su muerte. Pero no es menos cierto que en él alienta la vida colectiva y los cientos de miles de votos que lo llevaron a ser la voz de los comunistas en el Ayuntamiento entre 1983 y 1987. En ese hueco vive la memoria colectiva de quienes en aquellos años fuimos los mejores y más generosos (sí, coño, los mejores,¿para qué nos vamos a quitar méritos?). Adolfo Pastor ya no pastorea técnicos en la Oficina del Plan. Pero con él Madrid fue una mejor ciudad y nosotros, los de entonces, fuimos algo mejores.

Concluyo este pequeño homenaje con la evocación de una tarde en la UVA de Hortaleza (podría ser cualquier otra tarde por aquellos barrios de trabajadores y desempleados de mediada la década de los ochenta): lo veo caminando junto un grupo de camaradas y vecinos revisando los bajos de los bloques, tomando nota de algunos desperfectos, recogiendo sugerencias... Es el más alto, el que lleva una pelliza de piel vuelta de color claro, el que viste vaqueros y jersey gris, el que siempre sonríe, el de la barba que empieza a ser entrecana,  el que, una vez terminada la visita, se volverá hacia mí,  me mirará fijamente y, entre risas, me dirá: "Manolito, cabrón, en vaya embolao que me habéis metido". Descanse en paz el amigo, el camarada, el compañero.

lunes, 19 de marzo de 2012

Algunas notas tras el congreso del PSM: la mirada de un invitado

Tras el congreso socialista de Madrid, la actividad política en la región, dicen algunos observadores, recupera su “normalidad”. ¿Se perdió esa normalidad en algún momento? A mi parecer, no. El congreso del PSM no estaba en la agenda de preocupaciones de los madrileños. Más preocupaba (y no demasiado, todo hay que decirlo) el referéndum organizado por diversas entidades sociales en contra de la privatización del Canal de Isabel II, consulta que se celebró en la misma fecha en que, con el discurso de Tomás Gómez, “flamante” secretario general que se sucedía a sí mismo, se clausuraba el congreso.

El hecho de que el congreso no estuviera en la agenda de preocupaciones de los madrileños no es, la verdad, decir mucho: sólo en situaciones excepcionales a los madrileños les preocupan los cónclaves de los partidos políticos. ¿Cabe caracterizar de excepcional una coyuntura caracterizada por los recortes educativos, con casi seis meses de movilización, en distinto grado, del profesorado y de las asociaciones de padres y madres de alumnos contra las medidas del gobierno regional y con serias amenazas sobre el sistema sanitario? ¿Es excepcional una situación caracterizada por la práctica desaparición de la vivienda social, por el anuncio de privatización del Canal de Isabel II, con la existencia de un paro juvenil que llega casi al 50% en el conjunto de la región? ¿Lo es una situación con una huelga general en el horizonte derivada de una reforma laboral que viene a implantar (con el madrileño Arturo Fernández como gran inspirador) un sistema de relaciones entre empresarios y trabajadores que la derecha llama liberal pero que es, pura y simplemente, el establecimiento de una suerte de esclavismo posmoderno?

Es obvio que el congreso se celebró con un telón de fondo socioeconómico caracterizado por la crisis, por el conflicto entre la Comunidad y sus trabajadores, por la carencia de horizontes y por la persistencia de gobiernos, en Madrid ciudad (¡cas 23 años ya!), en la Comunidad (16 años)  y en los principales ayuntamientos del Área Metropolitana, de una derecha con serias veleidades autoritarias.

Juan Genovés. Arco III

Sin embargo, el congreso sólo  concitó la atención de los muy iniciados: los socialistas con carnet (y no de todos, son muchos los que llevan años en casa), los periodistas expertos en “pesemología”, una franja de ciudadanos que mantenía la esperanza de que, al fin, una militante, Pilar Sánchez Acera, no marcada por las luchas internas que durante tres décadas han lastrado al socialismo madrileño y vuelta a la vida laboral (un detalle, sin duda, a valorar en los tiempos que corren) tras ser excluida como candidata a diputada, iniciara una nueva etapa,  y algunos activistas de ciertos movimientos sociales. Y pare usted de contar: el resto de los ciudadanos de Madrid estaban a sus cosas, una minoría votando en el referéndum anti-privatización del Canal y lo más, atentos a la evolución de la Liga de fútbol en el fin de semana.

Ante esa evidencia, caben dos reflexiones.
La primera, que hace tiempo que a la sociedad madrileña le interesan muy poco las propuestas que se debaten en los congresos del PSM: la imagen que proyecta es la de un partido internalizado, en el que está ausente la reflexión sobre el futuro modelo de región, sobre la perspectiva de las grandes urbes metropolitanas, sobre los grandes problemas que acucian a los madrileños. Cualquier ciudadano medianamente politizado tiene difícil saber cuál fue la propuesta fundamental  que presentó el PSM a las últimas autonómicas, qué medida estratégica, al margen de las consabidas generalidades sobre política general, presentaban los socialistas para Madrid. Se me dirá que hubo (y hay) documentos, programas y manifiestos. No lo discuto, pero lo real es que el madrileño, votante o no votante, no había recibido, en su vida cotidiana a lo largo de cuatro años, la noticia de un partido atento a sus problemas, cercano a su vida cotidiana, implicado en sus luchas, cómplice de sus frustraciones y de sus necesidades: más bien ha visto un partido recluido en sus locales (siempre hay excepciones, obviamente, pero esa es la tónica general) y con buena parte de los cargos públicos y dirigentes más atentos a su futuro dentro de la estructura (y en las instituciones: aconsejo la relectura de Max Weber, La política como profesión) que a lo que ocurre en la sociedad. Así es muy difícil que un congreso fije la atención de los ciudadanos más conscientes de una región como Madrid. Ese factor mide, en parte y querámoslo o no, la credibilidad social de un partido de izquierdas.   

Antonio López. Torres Blancas.

La segunda tiene que ver con la capacidad de elaboración de propuestas junto con lo más vivo y dinámico de la sociedad. Recuerdo congresos del socialismo madrileño, hace ya algunos lustros, cuya composición contaba con dos ingredientes básicos: los militantes y delegados de las agrupaciones, gran parte de ellos cargos públicos, que aportaban la visión interna del partido, de su vida cotidiana y la visión desde las instituciones, y un colectivo importante de militantes vinculados de manera felxible a la organización, a veces meramente sectorial: arquitectos, urbanistas, abogados, escritores, artistas plásticos, periodistas, médicos, economistas, profesores de universidad y un largo etcétera de profesionales no vinculados ni salarial ni profesionalmente al partido pero profundamente comprometidos con sus objetivos a corto, medio y largo plazo. Hoy (al menos, así lo vi yo, invitado, en el congreso) ese colectivo está fuera: un lento (a veces no consciente) proceso de exclusión ha hecho que los de entonces hayan dejado de estar y dificulta que las nuevas promociones de profesionales, salidos de las universidades en los últimos años, encuentren oportunidades de colaboración, de militancia moral e intelectualmente satisfactoria (no hablo de profesionalización ni de colaboración retribuida), lo que les lleva a colaborar con movimientos ajenos al PSM o a participar activamente en organizaciones sociales vinculadas al 15-M o a la llamada izquierda alternativa.

Así, el socialismo madrileño se va vaciando de masa crítica, de capacidad de elaboración. El debate va desapareciendo o sólo se activa cuando salen a la palestra candidatos o candidaturas (sobran los ejemplos). Y, aunque no nos demos cuenta, ese proceso, como la lluvia fina, va calando en la sociedad generando una visión negativa de la organización partidaria, del  significado de la militancia política. Es decir, un vaciamiento de ideales, de principios cuyo resultado último es potenciar el “todos son iguales” que tanto beneficia a la derecha.

La pregunta que, a mi juicio, deberíamos hacernos de cara al futuro es la siguiente: ¿se puede evitar que esa situación se prolongue indefinidamente? A mi juicio, sí. De ello depende, en gran medida, que a medio plazo sea creíble (y posible) el horizonte de una mayoría de izquierda en la Comunidad de Madrid, de un PSOE vivo, dinámico, necesario y hegemonico.

lunes, 12 de marzo de 2012

Pensar, escribir, actuar: las razones de este blog

En los tiempos especialmente difíciles en que vivimos no parece moralmente aceptable la neutralidad. La fuerte restricción del gasto, con recortes sin precedentes en políticas sociales, la re-ideologización de la sociedad sobre principios ultraliberales que intentan imponer los líderes conservadores de la Unión Europea, encabezados por el dúo Merkel-Sarkozy está teniendo repercusiones nefastas en la vida cotidiana de millones de ciudadanos, especialmente de los más débiles (a quienes pertenecen a lo que Antonio Gramsci denominó "clases subalternas"), lo que convierte al escritor en un testigo que no puede guardar silencio, en una voz que puede ayudar a entender el mundo, en mirada crítica y civil.

Este blog, que "roba" a Gabriel Celaya el título de uno de sus más conocidos libros de poemas, tiene como pretensión esencial abordar una necesaria reflexión sobre la situación política, sobre las corrientes que atraviesan la sociedad, sobre su influencia en el panorama cultural del siglo XXI. Nace para separar ese tipo de reflexiones y artículos de lo que es dominante en mis blogs: la literatura de creación. Tanto Al margen, como La estantería de Al margen como Letras viajeras son bitácoras nacidas, pensadas y dedicadas a la literatura y a su relación con la sociedad.  La poesía, la narración, la crítica de poesía, la memoria, el texto literario y la literatura de viajes forman parte de ellos. Blogs de irregulares plazos entre post y post, pero enfocados a tocar el corazón de mis obsesiones y fantasmas más profundos, más fructíferos desde el punto de vista de la creación. En Tranquilamente hablando abordaré lo que en ellos no cabe o, cuanto menos, lo que por ser destacable desde el punto de vista político no tiene espacio en los otros blogs.


No creo en los consejos que comencé a escuchar en mi familia y en las familias de mis amigos, en los años de la dictadura: "la política para los políticos", "todos los políticos son iguales", "no te metas en política" fueron consejos con los que crecí y me eduqué en el Madrid de los años sesenta. Esos lemas están todavía vivos (demasiado vivos) en nuestra sociedad y esponjan la prevención, cada vez más poderosa, de nuestros escritores, del mundo del pensamiento, de la intelectualidad en definitiva. Hasta tal punto es así que para un escritor estar afiliado a un partido político es una especie de baldón del que mejor alejarse. Y confesarse socialista es jugar no pocos números para que en el mundo literario te juzgue con prevención, con no pocos prejuicios.

Mis principios de actuación están muy alejados de aquellos consejos que escuché hasta el hartazgo en la infancia y en la adolescencia. Desde los diecisiete años he vivido de manera activa e intensa mi compromiso con proyectos colectivos, algo de lo que me enorgullezco. En un mundo férreamente individualista como el artístico no es fácil mantener esa bandera. Sin embargo, pienso que ser radicalmente individualista como creador (en la relación entre el autor y la obra) no contradice el compromiso con un proyecto colectivo. Nada de lo que ocurre en el mundo me es ajeno. No lo es, lo decía al principio, la situación en Europa y en el mundo, pero tampoco lo es la que vivimos en España y, de manera muy especial, la que, desde hace varios lustros vivimos en la Comunidad de Madrid: dieciséis años con un gobierno regional de la derecha (hoy presidido por Esperanza Aguirre, exponente de las posiciones más conservadoras del Partido Popular) y veintidos años con un gobierno municipal también de la derecha, hoy presidido por Ana Botella, protagonista de la "crónica de una herencia anunciada", novela escrita por Ruiz-Gallardón como amanuense y por Aznar como fuente nutricia.

Ambas realidades, cimentadas en una comunidad autónoma en la que tradicionalmente el peso de la izquierda ha sido más que notable y en la que, según los estudios sociológicos más creíbles existe una mayoría ideológicamente progresista, de centro izquierda, de la que una parte considerable lleva lustros refugiada en la abstención, tienen que ver, sin duda con los aciertos del Partido Popular. Pero no es menos cierto que la responsabilidad del principal partido de la izquierda, el PSOE (ya fuera en su versión precedente, como FSM, ya lo sea en su versión actual, PSM), es decisiva: no es explicable esa hegemonía conservadora sin la renuncia, de facto, del PSOE a movilizar a la opinión de la izquierda, a extender la idea de que es posible construir una Comunidad distinta, cuyas políticas descansen en una concepción progresiva del Estado del Bienestar. Se puede argüir ante esta afirmación que no es compartida por la dirección del PSM. Sin embargo, subrayo que he hablado de renuncia de facto. Es decir, en los hechos y no en la teoría. Si no fuera porque los datos son los datos, sería inverosímil hablar de una región en la que el Área Metropolitana (el antaño llamado "cinturón rojo"), el Corredor del Henares, gran parte de los distritos del sur y este de la capital, con una población asalariada, en parte en el desempleo, cuentan con una mayoría electoral abrumadora de la derecha y con una alta abstención adjudicable a la izquierda.

¿Por qué hablaba de una renuncia de facto, es decir, en los hechos? Porque la práctica cotidiana, el funcionamiento interno del partido en Madrid (encabezado desde 2007  por Tomás Gómez), la dinámica de gran parte de sus agrupaciones, las formas de hacer política en su relación con la sociedad, están condicionadas por una fuerte tendencia al ensimismamiento, por una visión internalizada de la vida política. El PSOE en Madrid "mira hacia adentro" y vive una creciente desvinculación de los movimientos sociales de todo tipo. Creo que ése es el problema esencial que lo tiene atenazado, incapacitado para crecer y ser alternativa desde hace mucho tiempo: por mucho que en sus documentos congresuales, en sus resoluciones y en sus declaraciones de principios se hable de "tejido social", de impulsar la participación ciudadana en la vida del partido y en las instituciones, su funcionamiento habitual, su dinámica interna lleva a lo contrario. Quizá el reciente congreso del PSM podría haber abordado con una perspectiva de futuro ese problema. Sin embargo, mucho me temo que no haya sido así. Sobre ello reflexionaré en próximas entradas en este blog recién nacido.