lunes, 19 de marzo de 2012

Algunas notas tras el congreso del PSM: la mirada de un invitado

Tras el congreso socialista de Madrid, la actividad política en la región, dicen algunos observadores, recupera su “normalidad”. ¿Se perdió esa normalidad en algún momento? A mi parecer, no. El congreso del PSM no estaba en la agenda de preocupaciones de los madrileños. Más preocupaba (y no demasiado, todo hay que decirlo) el referéndum organizado por diversas entidades sociales en contra de la privatización del Canal de Isabel II, consulta que se celebró en la misma fecha en que, con el discurso de Tomás Gómez, “flamante” secretario general que se sucedía a sí mismo, se clausuraba el congreso.

El hecho de que el congreso no estuviera en la agenda de preocupaciones de los madrileños no es, la verdad, decir mucho: sólo en situaciones excepcionales a los madrileños les preocupan los cónclaves de los partidos políticos. ¿Cabe caracterizar de excepcional una coyuntura caracterizada por los recortes educativos, con casi seis meses de movilización, en distinto grado, del profesorado y de las asociaciones de padres y madres de alumnos contra las medidas del gobierno regional y con serias amenazas sobre el sistema sanitario? ¿Es excepcional una situación caracterizada por la práctica desaparición de la vivienda social, por el anuncio de privatización del Canal de Isabel II, con la existencia de un paro juvenil que llega casi al 50% en el conjunto de la región? ¿Lo es una situación con una huelga general en el horizonte derivada de una reforma laboral que viene a implantar (con el madrileño Arturo Fernández como gran inspirador) un sistema de relaciones entre empresarios y trabajadores que la derecha llama liberal pero que es, pura y simplemente, el establecimiento de una suerte de esclavismo posmoderno?

Es obvio que el congreso se celebró con un telón de fondo socioeconómico caracterizado por la crisis, por el conflicto entre la Comunidad y sus trabajadores, por la carencia de horizontes y por la persistencia de gobiernos, en Madrid ciudad (¡cas 23 años ya!), en la Comunidad (16 años)  y en los principales ayuntamientos del Área Metropolitana, de una derecha con serias veleidades autoritarias.

Juan Genovés. Arco III

Sin embargo, el congreso sólo  concitó la atención de los muy iniciados: los socialistas con carnet (y no de todos, son muchos los que llevan años en casa), los periodistas expertos en “pesemología”, una franja de ciudadanos que mantenía la esperanza de que, al fin, una militante, Pilar Sánchez Acera, no marcada por las luchas internas que durante tres décadas han lastrado al socialismo madrileño y vuelta a la vida laboral (un detalle, sin duda, a valorar en los tiempos que corren) tras ser excluida como candidata a diputada, iniciara una nueva etapa,  y algunos activistas de ciertos movimientos sociales. Y pare usted de contar: el resto de los ciudadanos de Madrid estaban a sus cosas, una minoría votando en el referéndum anti-privatización del Canal y lo más, atentos a la evolución de la Liga de fútbol en el fin de semana.

Ante esa evidencia, caben dos reflexiones.
La primera, que hace tiempo que a la sociedad madrileña le interesan muy poco las propuestas que se debaten en los congresos del PSM: la imagen que proyecta es la de un partido internalizado, en el que está ausente la reflexión sobre el futuro modelo de región, sobre la perspectiva de las grandes urbes metropolitanas, sobre los grandes problemas que acucian a los madrileños. Cualquier ciudadano medianamente politizado tiene difícil saber cuál fue la propuesta fundamental  que presentó el PSM a las últimas autonómicas, qué medida estratégica, al margen de las consabidas generalidades sobre política general, presentaban los socialistas para Madrid. Se me dirá que hubo (y hay) documentos, programas y manifiestos. No lo discuto, pero lo real es que el madrileño, votante o no votante, no había recibido, en su vida cotidiana a lo largo de cuatro años, la noticia de un partido atento a sus problemas, cercano a su vida cotidiana, implicado en sus luchas, cómplice de sus frustraciones y de sus necesidades: más bien ha visto un partido recluido en sus locales (siempre hay excepciones, obviamente, pero esa es la tónica general) y con buena parte de los cargos públicos y dirigentes más atentos a su futuro dentro de la estructura (y en las instituciones: aconsejo la relectura de Max Weber, La política como profesión) que a lo que ocurre en la sociedad. Así es muy difícil que un congreso fije la atención de los ciudadanos más conscientes de una región como Madrid. Ese factor mide, en parte y querámoslo o no, la credibilidad social de un partido de izquierdas.   

Antonio López. Torres Blancas.

La segunda tiene que ver con la capacidad de elaboración de propuestas junto con lo más vivo y dinámico de la sociedad. Recuerdo congresos del socialismo madrileño, hace ya algunos lustros, cuya composición contaba con dos ingredientes básicos: los militantes y delegados de las agrupaciones, gran parte de ellos cargos públicos, que aportaban la visión interna del partido, de su vida cotidiana y la visión desde las instituciones, y un colectivo importante de militantes vinculados de manera felxible a la organización, a veces meramente sectorial: arquitectos, urbanistas, abogados, escritores, artistas plásticos, periodistas, médicos, economistas, profesores de universidad y un largo etcétera de profesionales no vinculados ni salarial ni profesionalmente al partido pero profundamente comprometidos con sus objetivos a corto, medio y largo plazo. Hoy (al menos, así lo vi yo, invitado, en el congreso) ese colectivo está fuera: un lento (a veces no consciente) proceso de exclusión ha hecho que los de entonces hayan dejado de estar y dificulta que las nuevas promociones de profesionales, salidos de las universidades en los últimos años, encuentren oportunidades de colaboración, de militancia moral e intelectualmente satisfactoria (no hablo de profesionalización ni de colaboración retribuida), lo que les lleva a colaborar con movimientos ajenos al PSM o a participar activamente en organizaciones sociales vinculadas al 15-M o a la llamada izquierda alternativa.

Así, el socialismo madrileño se va vaciando de masa crítica, de capacidad de elaboración. El debate va desapareciendo o sólo se activa cuando salen a la palestra candidatos o candidaturas (sobran los ejemplos). Y, aunque no nos demos cuenta, ese proceso, como la lluvia fina, va calando en la sociedad generando una visión negativa de la organización partidaria, del  significado de la militancia política. Es decir, un vaciamiento de ideales, de principios cuyo resultado último es potenciar el “todos son iguales” que tanto beneficia a la derecha.

La pregunta que, a mi juicio, deberíamos hacernos de cara al futuro es la siguiente: ¿se puede evitar que esa situación se prolongue indefinidamente? A mi juicio, sí. De ello depende, en gran medida, que a medio plazo sea creíble (y posible) el horizonte de una mayoría de izquierda en la Comunidad de Madrid, de un PSOE vivo, dinámico, necesario y hegemonico.

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