domingo, 25 de marzo de 2012

El Adolfo Pastor que guardo en la memoria: mi homenaje.

Para Adolfo Pastor. In memoriam. Y para nosotros,
 los de entonces, aunque ya no seamos los mismos.

Ha sido un trallazo. O, como escribiera Miguel Hernández en su memorable "Elegía a Ramón Sijé", "un manotazo duro, un golpe helado". Adolfo Pastor, con quien compartí de manera intensa algunos años de mi vida como militante comunista, ha fallecido. Es verdad que le había perdido la pista en la década de los noventa y que desde entonces sólo sabía de él a través de terceros y siempre de manera vaga. En el fondo, pensaba que, aunque llevara tiempo sin verlo, sin tener noticia de su paradero,  siempre estaba ahí: con su cercanía, con su sonrisa amplísima y franca, con su estatura, que le permitía coger a los amigos por el hombro sin mucho esfuerzo (lo recuerdo muchas veces tomándome por el hombro en tiempos muy difíciles y diciendo "tranquilo, Manolito"). Aunque tres años mayor que yo, éramos coetáneos: Adolfo pertenecía a la generación de los que nacimos y crecimos en plena dictadura y accedimos al amor, a la amistad, a las lecturas, al cine comprometido, a la música de los cantautores, al marxismo y a la lucha política, primero en clandestinidad y luego en democracia, al mismo tiempo que nos hacíamos menos jóvenes, madurábamos y veíamos pasar el mundo desde una lente muy especial: la de quienes siempre pusimos los intereses colectivos, la libertad y la democracia por encima de nuestros intereses. Adolfo pertenecía a la generación de los que apenas tuvimos tiempo de ser jóvenes, de los que hasta el ocio (el cine, la conversación, la lectura, la risa, el amor, el sexo) tenía una lectura política, transformadora, de quienes nunca imaginamos que tanto trabajo colectivo, tanto desprendimiento, tanta verdad, serían descafeinadas a base de realidad y de pragmatismos no siempre justificados.


Adolfo Pastor, en las elecciones municipales de 1983

Corría el año 1981, año del golpe de Tejero y año de la crisis del PCE, y, a causa de la crisis, Adolfo pasó de ser dirigente sindical en CC. OO. a concejal del Ayuntamiento de Madrid formando parte del gobierno PSOE-PCE que presidía el "viejo profesor". Él, que pertenecía a esa estirpe de hombres que renunciaron a su carrera profesional (era ingeniero aeronáutico y en aquellos tiempos ese título aseguraba una brillante y bien remunerada trayectoria) para ponerse al servicio de los trabajadores, dejó las tareas sindicales y, de manera apresurada y entusiasta, se puso a aprender municipalismo. Recuerdo agotadoras tardes, junto a urbanistas y otros expertos del partido, revisando con él nuestras propuestas para el nuevo Plan General de Madrid, o el funcionamiento de las haciendas locales, o el Reglamenteo de Participación Ciudadana que el gobierno municipal de Tierno Galván estaba perfilando (y que es, en lo esencial, el hoy vigente en el Ayuntamiento de Madrid aunque no se cumpla en todos sus extremos). Recuerdo cómo, en 1983, aceptó encabezar la candidatura municipal del PCE, decisión que vino acompañada de sesiones agotadoras de elaboración del programa electoral (municipal y autonómico, por cierto) en las que caían varias docenas de cigarrillos Ducados, que solían cerrarse en algún bar próximo a la sede de Campomanes para continuar debatiendo de política hasta clausurarlas, ya en la madrugada, despidiéndonos junto a la Cuesta de Santo Domingo. Recuerdo su pequeño vehículo, un Seat 127, sus jerséys, casi siempre grises, de cuello a la caja, a veces de lana gruesa. Recuerdo su alergia a la corbata y cómo hubo de superarla para las sesiones fotográficas del cartel electoral. Recuerdo sus jerseys de pico y su corbata azul rayada  en blanco. Y recuerdo, como si hubiera ocurrido hace sólo unos meses, aquella dura campaña electoral del 83 en la que al menos, hubo un aspecto que nos hizo reir muchas veces: el dúo electoral del PCE lo completaba, como cabeza de lista a la Asamblea de Madrid, Lorenzo Hernández. Adolfo, alto y espigado; Lorenzo, de estatura algo menguada (y con un corazón inmenso pese a sus excesos): más de uno hizo el chiste de rigor ("habéis presentado a Abbot y Costello", o "son el punto y la i"). Y recuerdo su sentido del humor, sus comentarios  acerca de sus noches de estudio del urbanismo como "castigo" de su camarada y amigo, el arquitecto Gordiano Sanz (¿estás todavía ahí, Gordiano?), cómo se reía de la soledad a la que lo condenaron, cuando fue teniente de alcalde y concejal de urbanismo por el PCE, algunos de los más brillantes técnicos con que había contado históricamente ese partido.

La crisis fue demoledora. Para el partido, para los trabajadores, para la democracia... y para todos nosotros:  nos dejó heridas que tardaríamos en cerrar y a Adolfo le dejó el mal trago de llevar adelante una brillante labor como concejal sin que pudiera continuarla en un nuevo mandato. ¿La causa? La crisis: Adolfo, mostrando su calidad humana, su desprendimiento y su compromiso con quienes le habíamos acompañado en su aventura municipal (yo lo hice como secretario de política institucional de Madrid), formó parte del colectivo que, expulsado del PCE, fundara el efímero Partido de los Trabajadores de España. Y fue candidato: y, como era previsible, no salió elegido.

Creo recordar que yo fui uno de los culpables de su salto del sindicalismo al municipalismo. También hubo otros "culpables", sin duda, también de los de entonces: Adolfo Piñedo, Simón Sánchez Montero, Lorenzo Hernández,  no pocos militantes de base. Pero por la responsabilidad que yo ostentaba entonces, tuve que trabajar muy cerca de él durante largos años. Y llegué a quererlo como a un hermano. Era el cariño del camarada con quien se viven momentos difíciles, de fortaleza y debilidad (recuerdo sobre todo los días posteriores al 23-F, los permanentes rumores de golpe, recuerdo mi miedo y su serenidad, su optimismo inveterado y amable, su risa, siempre franca y abierta), pero con el que basta intercambiar un par de palabras, o una mirada, para saber que con él compartes sueños, proyectos de sociedad, una visión del mundo, miedos y  decepciones.

Recuerdo tardes de risas compartidas. Recuerdo su burla afable (en el fondo, algo envidiosa, todo hay que decirlo) hacia mi condición de escritor, sobre todo de poeta. Recuerdo cómo se burlaba de lo que llamaba mi "socialdemocratización" por un viaje a la todavía Unión Soviética con quienes serían al poco tiempo grandes amigos y hermanos entrañables: Jaime Lissavetzky y Marcos Sanz, socialistas de la primera hora de la transición y todavía en la brecha. Recuerdo que escribí un romance burlesco, que creo haber perdido entre los viejos papeles de aquel tiempo de certezas e incertidumbres (varios romances escribí entonces con ese tono),  sobre sus "batallas" con los técnicos urbanistas que comenzaba así: "Pastor pastorea técnicos / en la Oficina del Plan". El romance no le sentó bien. Entendió la ironía, no pudo evitar la risa abierta, pero al final emitió, cómo lo recuerdo, un juicio lapidario: "Manolito, eres un cabrón".

Después de que en los noventa, el PTE decidiera incorporarse al PSOE, nuestros contactos se fueron espaciando en el tiempo. Por noticias de amigos, sé que creó una o varias empresas, que los negocios no le fueron bien, que tuvo más de un disgusto en ese ámbito (que tan  poco familiar nos era) de los negocios por el que se sintieron atraídos, con distinta suerte, algunos de los que compartieron luchas, miedos, sueños y utopías en aquel tiempo. Pero esa es otra historia que no conozco y que dejo de lado porque hoy quiero hablar de mis días junto a él.

Se ha ido Adolfo Pastor y con él se me va una parte de mi vida, quizá de mis años más generosos y desprendidos, de los años más generosos y desprendidos de muchos hombres y mujeres que sólo teníamos una razón para sustentar la vida: los otros, la sociedad nueva, un mundo sin explotadores ni explotados que pronto se mostró más difícil y lejano de los que preveíamos y deseábamos. Adolfo era generoso y alegre, bueno a lo machadiano ("Y soy, en el buen sentido / de la palabra, bueno´" escribió el poeta sevillano), inteligente, trabajador hasta el agotamiento, lector impenitente, madridista implacable --"Si Dios existe, es del Comisiones, del PCE y del Real Madrid", decía a veces-- y, sobre todo, leal y transparente como pocos.

En este domingo soleado de marzo, en la ciudad que nos acogió como camaradas y amigos, hay un hueco inmenso. Cierto que es su hueco, el que me deja su muerte. Pero no es menos cierto que en él alienta la vida colectiva y los cientos de miles de votos que lo llevaron a ser la voz de los comunistas en el Ayuntamiento entre 1983 y 1987. En ese hueco vive la memoria colectiva de quienes en aquellos años fuimos los mejores y más generosos (sí, coño, los mejores,¿para qué nos vamos a quitar méritos?). Adolfo Pastor ya no pastorea técnicos en la Oficina del Plan. Pero con él Madrid fue una mejor ciudad y nosotros, los de entonces, fuimos algo mejores.

Concluyo este pequeño homenaje con la evocación de una tarde en la UVA de Hortaleza (podría ser cualquier otra tarde por aquellos barrios de trabajadores y desempleados de mediada la década de los ochenta): lo veo caminando junto un grupo de camaradas y vecinos revisando los bajos de los bloques, tomando nota de algunos desperfectos, recogiendo sugerencias... Es el más alto, el que lleva una pelliza de piel vuelta de color claro, el que viste vaqueros y jersey gris, el que siempre sonríe, el de la barba que empieza a ser entrecana,  el que, una vez terminada la visita, se volverá hacia mí,  me mirará fijamente y, entre risas, me dirá: "Manolito, cabrón, en vaya embolao que me habéis metido". Descanse en paz el amigo, el camarada, el compañero.

lunes, 19 de marzo de 2012

Algunas notas tras el congreso del PSM: la mirada de un invitado

Tras el congreso socialista de Madrid, la actividad política en la región, dicen algunos observadores, recupera su “normalidad”. ¿Se perdió esa normalidad en algún momento? A mi parecer, no. El congreso del PSM no estaba en la agenda de preocupaciones de los madrileños. Más preocupaba (y no demasiado, todo hay que decirlo) el referéndum organizado por diversas entidades sociales en contra de la privatización del Canal de Isabel II, consulta que se celebró en la misma fecha en que, con el discurso de Tomás Gómez, “flamante” secretario general que se sucedía a sí mismo, se clausuraba el congreso.

El hecho de que el congreso no estuviera en la agenda de preocupaciones de los madrileños no es, la verdad, decir mucho: sólo en situaciones excepcionales a los madrileños les preocupan los cónclaves de los partidos políticos. ¿Cabe caracterizar de excepcional una coyuntura caracterizada por los recortes educativos, con casi seis meses de movilización, en distinto grado, del profesorado y de las asociaciones de padres y madres de alumnos contra las medidas del gobierno regional y con serias amenazas sobre el sistema sanitario? ¿Es excepcional una situación caracterizada por la práctica desaparición de la vivienda social, por el anuncio de privatización del Canal de Isabel II, con la existencia de un paro juvenil que llega casi al 50% en el conjunto de la región? ¿Lo es una situación con una huelga general en el horizonte derivada de una reforma laboral que viene a implantar (con el madrileño Arturo Fernández como gran inspirador) un sistema de relaciones entre empresarios y trabajadores que la derecha llama liberal pero que es, pura y simplemente, el establecimiento de una suerte de esclavismo posmoderno?

Es obvio que el congreso se celebró con un telón de fondo socioeconómico caracterizado por la crisis, por el conflicto entre la Comunidad y sus trabajadores, por la carencia de horizontes y por la persistencia de gobiernos, en Madrid ciudad (¡cas 23 años ya!), en la Comunidad (16 años)  y en los principales ayuntamientos del Área Metropolitana, de una derecha con serias veleidades autoritarias.

Juan Genovés. Arco III

Sin embargo, el congreso sólo  concitó la atención de los muy iniciados: los socialistas con carnet (y no de todos, son muchos los que llevan años en casa), los periodistas expertos en “pesemología”, una franja de ciudadanos que mantenía la esperanza de que, al fin, una militante, Pilar Sánchez Acera, no marcada por las luchas internas que durante tres décadas han lastrado al socialismo madrileño y vuelta a la vida laboral (un detalle, sin duda, a valorar en los tiempos que corren) tras ser excluida como candidata a diputada, iniciara una nueva etapa,  y algunos activistas de ciertos movimientos sociales. Y pare usted de contar: el resto de los ciudadanos de Madrid estaban a sus cosas, una minoría votando en el referéndum anti-privatización del Canal y lo más, atentos a la evolución de la Liga de fútbol en el fin de semana.

Ante esa evidencia, caben dos reflexiones.
La primera, que hace tiempo que a la sociedad madrileña le interesan muy poco las propuestas que se debaten en los congresos del PSM: la imagen que proyecta es la de un partido internalizado, en el que está ausente la reflexión sobre el futuro modelo de región, sobre la perspectiva de las grandes urbes metropolitanas, sobre los grandes problemas que acucian a los madrileños. Cualquier ciudadano medianamente politizado tiene difícil saber cuál fue la propuesta fundamental  que presentó el PSM a las últimas autonómicas, qué medida estratégica, al margen de las consabidas generalidades sobre política general, presentaban los socialistas para Madrid. Se me dirá que hubo (y hay) documentos, programas y manifiestos. No lo discuto, pero lo real es que el madrileño, votante o no votante, no había recibido, en su vida cotidiana a lo largo de cuatro años, la noticia de un partido atento a sus problemas, cercano a su vida cotidiana, implicado en sus luchas, cómplice de sus frustraciones y de sus necesidades: más bien ha visto un partido recluido en sus locales (siempre hay excepciones, obviamente, pero esa es la tónica general) y con buena parte de los cargos públicos y dirigentes más atentos a su futuro dentro de la estructura (y en las instituciones: aconsejo la relectura de Max Weber, La política como profesión) que a lo que ocurre en la sociedad. Así es muy difícil que un congreso fije la atención de los ciudadanos más conscientes de una región como Madrid. Ese factor mide, en parte y querámoslo o no, la credibilidad social de un partido de izquierdas.   

Antonio López. Torres Blancas.

La segunda tiene que ver con la capacidad de elaboración de propuestas junto con lo más vivo y dinámico de la sociedad. Recuerdo congresos del socialismo madrileño, hace ya algunos lustros, cuya composición contaba con dos ingredientes básicos: los militantes y delegados de las agrupaciones, gran parte de ellos cargos públicos, que aportaban la visión interna del partido, de su vida cotidiana y la visión desde las instituciones, y un colectivo importante de militantes vinculados de manera felxible a la organización, a veces meramente sectorial: arquitectos, urbanistas, abogados, escritores, artistas plásticos, periodistas, médicos, economistas, profesores de universidad y un largo etcétera de profesionales no vinculados ni salarial ni profesionalmente al partido pero profundamente comprometidos con sus objetivos a corto, medio y largo plazo. Hoy (al menos, así lo vi yo, invitado, en el congreso) ese colectivo está fuera: un lento (a veces no consciente) proceso de exclusión ha hecho que los de entonces hayan dejado de estar y dificulta que las nuevas promociones de profesionales, salidos de las universidades en los últimos años, encuentren oportunidades de colaboración, de militancia moral e intelectualmente satisfactoria (no hablo de profesionalización ni de colaboración retribuida), lo que les lleva a colaborar con movimientos ajenos al PSM o a participar activamente en organizaciones sociales vinculadas al 15-M o a la llamada izquierda alternativa.

Así, el socialismo madrileño se va vaciando de masa crítica, de capacidad de elaboración. El debate va desapareciendo o sólo se activa cuando salen a la palestra candidatos o candidaturas (sobran los ejemplos). Y, aunque no nos demos cuenta, ese proceso, como la lluvia fina, va calando en la sociedad generando una visión negativa de la organización partidaria, del  significado de la militancia política. Es decir, un vaciamiento de ideales, de principios cuyo resultado último es potenciar el “todos son iguales” que tanto beneficia a la derecha.

La pregunta que, a mi juicio, deberíamos hacernos de cara al futuro es la siguiente: ¿se puede evitar que esa situación se prolongue indefinidamente? A mi juicio, sí. De ello depende, en gran medida, que a medio plazo sea creíble (y posible) el horizonte de una mayoría de izquierda en la Comunidad de Madrid, de un PSOE vivo, dinámico, necesario y hegemonico.

lunes, 12 de marzo de 2012

Pensar, escribir, actuar: las razones de este blog

En los tiempos especialmente difíciles en que vivimos no parece moralmente aceptable la neutralidad. La fuerte restricción del gasto, con recortes sin precedentes en políticas sociales, la re-ideologización de la sociedad sobre principios ultraliberales que intentan imponer los líderes conservadores de la Unión Europea, encabezados por el dúo Merkel-Sarkozy está teniendo repercusiones nefastas en la vida cotidiana de millones de ciudadanos, especialmente de los más débiles (a quienes pertenecen a lo que Antonio Gramsci denominó "clases subalternas"), lo que convierte al escritor en un testigo que no puede guardar silencio, en una voz que puede ayudar a entender el mundo, en mirada crítica y civil.

Este blog, que "roba" a Gabriel Celaya el título de uno de sus más conocidos libros de poemas, tiene como pretensión esencial abordar una necesaria reflexión sobre la situación política, sobre las corrientes que atraviesan la sociedad, sobre su influencia en el panorama cultural del siglo XXI. Nace para separar ese tipo de reflexiones y artículos de lo que es dominante en mis blogs: la literatura de creación. Tanto Al margen, como La estantería de Al margen como Letras viajeras son bitácoras nacidas, pensadas y dedicadas a la literatura y a su relación con la sociedad.  La poesía, la narración, la crítica de poesía, la memoria, el texto literario y la literatura de viajes forman parte de ellos. Blogs de irregulares plazos entre post y post, pero enfocados a tocar el corazón de mis obsesiones y fantasmas más profundos, más fructíferos desde el punto de vista de la creación. En Tranquilamente hablando abordaré lo que en ellos no cabe o, cuanto menos, lo que por ser destacable desde el punto de vista político no tiene espacio en los otros blogs.


No creo en los consejos que comencé a escuchar en mi familia y en las familias de mis amigos, en los años de la dictadura: "la política para los políticos", "todos los políticos son iguales", "no te metas en política" fueron consejos con los que crecí y me eduqué en el Madrid de los años sesenta. Esos lemas están todavía vivos (demasiado vivos) en nuestra sociedad y esponjan la prevención, cada vez más poderosa, de nuestros escritores, del mundo del pensamiento, de la intelectualidad en definitiva. Hasta tal punto es así que para un escritor estar afiliado a un partido político es una especie de baldón del que mejor alejarse. Y confesarse socialista es jugar no pocos números para que en el mundo literario te juzgue con prevención, con no pocos prejuicios.

Mis principios de actuación están muy alejados de aquellos consejos que escuché hasta el hartazgo en la infancia y en la adolescencia. Desde los diecisiete años he vivido de manera activa e intensa mi compromiso con proyectos colectivos, algo de lo que me enorgullezco. En un mundo férreamente individualista como el artístico no es fácil mantener esa bandera. Sin embargo, pienso que ser radicalmente individualista como creador (en la relación entre el autor y la obra) no contradice el compromiso con un proyecto colectivo. Nada de lo que ocurre en el mundo me es ajeno. No lo es, lo decía al principio, la situación en Europa y en el mundo, pero tampoco lo es la que vivimos en España y, de manera muy especial, la que, desde hace varios lustros vivimos en la Comunidad de Madrid: dieciséis años con un gobierno regional de la derecha (hoy presidido por Esperanza Aguirre, exponente de las posiciones más conservadoras del Partido Popular) y veintidos años con un gobierno municipal también de la derecha, hoy presidido por Ana Botella, protagonista de la "crónica de una herencia anunciada", novela escrita por Ruiz-Gallardón como amanuense y por Aznar como fuente nutricia.

Ambas realidades, cimentadas en una comunidad autónoma en la que tradicionalmente el peso de la izquierda ha sido más que notable y en la que, según los estudios sociológicos más creíbles existe una mayoría ideológicamente progresista, de centro izquierda, de la que una parte considerable lleva lustros refugiada en la abstención, tienen que ver, sin duda con los aciertos del Partido Popular. Pero no es menos cierto que la responsabilidad del principal partido de la izquierda, el PSOE (ya fuera en su versión precedente, como FSM, ya lo sea en su versión actual, PSM), es decisiva: no es explicable esa hegemonía conservadora sin la renuncia, de facto, del PSOE a movilizar a la opinión de la izquierda, a extender la idea de que es posible construir una Comunidad distinta, cuyas políticas descansen en una concepción progresiva del Estado del Bienestar. Se puede argüir ante esta afirmación que no es compartida por la dirección del PSM. Sin embargo, subrayo que he hablado de renuncia de facto. Es decir, en los hechos y no en la teoría. Si no fuera porque los datos son los datos, sería inverosímil hablar de una región en la que el Área Metropolitana (el antaño llamado "cinturón rojo"), el Corredor del Henares, gran parte de los distritos del sur y este de la capital, con una población asalariada, en parte en el desempleo, cuentan con una mayoría electoral abrumadora de la derecha y con una alta abstención adjudicable a la izquierda.

¿Por qué hablaba de una renuncia de facto, es decir, en los hechos? Porque la práctica cotidiana, el funcionamiento interno del partido en Madrid (encabezado desde 2007  por Tomás Gómez), la dinámica de gran parte de sus agrupaciones, las formas de hacer política en su relación con la sociedad, están condicionadas por una fuerte tendencia al ensimismamiento, por una visión internalizada de la vida política. El PSOE en Madrid "mira hacia adentro" y vive una creciente desvinculación de los movimientos sociales de todo tipo. Creo que ése es el problema esencial que lo tiene atenazado, incapacitado para crecer y ser alternativa desde hace mucho tiempo: por mucho que en sus documentos congresuales, en sus resoluciones y en sus declaraciones de principios se hable de "tejido social", de impulsar la participación ciudadana en la vida del partido y en las instituciones, su funcionamiento habitual, su dinámica interna lleva a lo contrario. Quizá el reciente congreso del PSM podría haber abordado con una perspectiva de futuro ese problema. Sin embargo, mucho me temo que no haya sido así. Sobre ello reflexionaré en próximas entradas en este blog recién nacido.