Madrid desde Vallecas |
Viene esto a propósito de la noticia que el pasado 8 de mayo publicó el diario El País respecto al crecimiento urbanístico de la ciudad en los últimos años. Se trata, en lo esencial de una "autocrítica" que descansa, en sus lineas fundamentales en tres principios: el plan de 1997 estaba sobredimensionado, era un plan acorde con la política del ladrillo que llevó a la burbuja inmibiliaria; definía un modelo de ciudad colmatada, sin apenas espacios para otras actividades que no fueran la residencial; estaba pensado no para potenciar de firme el transporte público sino para "desincentivar el transporte privado", lo que conllevaba una política de túneles y otros pasos dirigidos a facilitar el acceso del coche a la ciudad; apenas había espacios para el desarrollo económico, para la industria y para las pequeñas empresas; la convivencia y el bienestar colectivo a través de los equipamientos sociales ocupaban un segundo o tercer plano. Todo se fiaba al desarrollismo financiero (Madrid, "ciudad de negocios") y al crecimiento hasta el límite del suelo residencial. Es decir, la política no orientaba, guiaba, dirigía los procesos económicos, sino que se sometía a ellos.
El Plan se diseñó en años de euforia, de mitificación del crecimiento (todos recordamos cómo la derecha descalificaba el "plan Mangada", elaborado bajo el gobierno de Tierno Galván, y las directrices de ordenación del territorio de la Comunidad de Madrid diseñadas en los años de la presidencia de Leguina, porque "limitaban" el desarrollo de Madrid). De esa política rendida al desarrollismo ilimitado hemos pasado al crash: miles de hectáreas de suelo declarado urbanizable residencial sin posibilidad de desarrollo, miles de viviendas vacías y numerosos bloques y urbanizaciones inacabadas en barrios sin perspectivas de ser terminados, inexistencia de espacio para la actividad económica, carencia de los aparcamientos disuasorios junto a los grandes intercambiadores del transporte que desde finales de los 80 se vienen demandando: es decir, la ciudad de la derecha, afianzada bajo el mandato de Ruiz-Gallardón, incluso potenciada por su visión megalomaníaca del desarrollo urbano. Y así nos ha lucido el pelo.
Para los socialistas, es necesario reforzar la dimensión política de la mirada sobre la ciudad de Madrid, huyendo de la pura visión tecnocrática. Una mirada que transmita a la ciudadanía ambición y perspectiva a compartir. A mi juicio, el proceso de elaboración del nuevo Plan General es una oportunidad de oro para ello. Dado que incluso la crítica hecha pública en el diagnostico del propio Ayuntamiento confirma gran parte de los análisis elaborados por el PSOE en su programa, deberíamos ser los socialistas quienes apareciéramos, desde ya y de manera pública, definiendo los ejes por los que, desde una óptica reequilibradora, integrada, sostenible y con capacidad para generar empleo, debería ir ese plan. Un trabajo que requeriría comprometer no sólo la labor de los cargos públicos, sino la complicidad y la implicación de los secotres profesionales vinculados con el urbanismo. Arquitectos, sociólogos, economistas y representantes de entidades ciudadanas y culturales (no sólo los que ya cuentan con una larga experiencia de colaboración, sino los de las nuevas promociones, cuya implicación en un nuevo modelo de ciudad seria incluso una necesidad para su futuro profesional una vez dinamitada la burbuja inmobiliaria). Esa iniciativa elevaría sustancialmente la calidad de la presencia municipal socialista en la ciudad de Madrid, tendría efectos en el Área Metropolitana (con la que habría que contar en el diseño del nuevo Plan) y sería un referente para otras grandes ciudades hoy hegemonizadas políticamente por la derecha. Y, sobre todo, reforzaría la dimensión política de la actuación socialista en la ciudad de Madrid. Es decir: vuelto alto y política con mayúsculas.
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